Más de 170.000 personas sobreviven desde hace décadas en uno de los lugares más áridos del planeta, dependiendo en gran parte de la ayuda internacional.
En la llamada Hamada argelina, una llanura pedregosa y sin recursos naturales, viven los campamentos de refugiados saharauis. Surgidos tras la ocupación marroquí en 1975, estas “wilayas” y sus “dairas” acogen a varias generaciones que nunca han conocido su tierra natal.
La llegada reciente de la electricidad ha supuesto un avance, pero el agua sigue siendo un recurso escaso y salado. La alimentación y la sanidad dependen casi por completo de organismos internacionales y ONG, mientras que la educación, con un alto índice de alfabetización, se sostiene gracias a la labor voluntaria de maestros que apenas reciben compensación.
Pese a todo, la comunidad mantiene estructuras organizadas y un fuerte sentido de solidaridad, liderada por mujeres que han convertido la adversidad en una forma de resistencia.