Desde la marcha verde de 1975, ellas han sostenido la vida en los campamentos: levantando jaimas, organizando escuelas y liderando la resistencia social.
Cuando los hombres combatían en el frente, las mujeres saharauis emprendieron con niños y ancianos una travesía a través del desierto hasta llegar a Tinduf. Allí, en condiciones extremas, levantaron las jaimas, improvisaron escuelas y gestionaron el reparto de alimentos, agua y ropa.
Décadas después, siguen ocupando puestos clave en la educación, la sanidad y la política local, y encabezan programas de cooperación internacional. La italiana Rosana Bari es un ejemplo: rehabilitó un hospital militar abandonado y lo convirtió en un centro de atención para niños con discapacidad, además de fundar una casa-hogar que ella misma gestiona. Su labor rompe estigmas y abre la puerta a la inclusión en una sociedad que lucha por sobrevivir.