A 40 km de la frontera con Argelia, en pleno desierto del Sáhara, más de 173.000 personas viven en condiciones extremas desde hace casi cinco décadas. Son los campamentos de refugiados saharauis, organizados como mini repúblicas dentro de un vacío legal internacional. Pero detrás de esta situación prolongada, existe una historia de dignidad, autogestión y esperanza.
Desde su fundación en 1976, los campamentos fueron gestionados por el Frente Polisario, el movimiento político y armado saharaui. Lejos de esperar ayuda pasivamente, el pueblo saharaui creó una estructura de gobierno provisional que incluye ministerios, comités populares, hospitales, y escuelas. El sistema de salud funciona con el apoyo de organizaciones internacionales y médicos voluntarios, pero también con personal saharaui capacitado. La educación ha logrado niveles de alfabetización sorprendentes para una zona de refugio.
Uno de los aspectos más destacables es el rol de las mujeres. Desde los inicios, fueron ellas quienes levantaron los campamentos mientras los hombres combatían en el frente. Hoy, muchas de las principales autoridades administrativas, educativas y sanitarias son mujeres.
La vida en los campamentos no es fácil. Las temperaturas superan los 50°C en verano, y las lluvias escasas dificultan cualquier tipo de agricultura sostenible. Sin embargo, la comunidad ha sabido adaptarse, creando cooperativas, huertos comunitarios, y redes de distribución de ayuda humanitaria muy eficientes.
Estos campamentos no son solo lugares de supervivencia. Son también laboratorios de resistencia democrática, espacios donde se forma una ciudadanía activa y comprometida con su causa. La dignidad saharaui no se mide por lo que les falta, sino por lo que han sido capaces de construir.